Por: Alexis Zapata
Meza
La dificultad de hablar sobre el porro es que tiene tantas
puertas que no sé por donde empezar. Es la música que más cercana te lleva a un
guapirreo. Es volver a útero a escuchar al universo, su corriente que da vida. Inició
con una gaita indígena, tristona, trascendental, que se unió a una tambora
levantisca. Incongruencia, relación ilógica que se volvió orgánica por lo
necesitaba el negro y el indígena. Por intuición estético fueron cazando los
silencios que necesitaron llenar. El
lamento del indígena se volvió nostalgia y aceitó de palpitaciones
lentas el eje de la tierra. El tambor trajo la vibración para mover lo que se
iba a detener. Más que coherente nuestro porro es significativo. Nuestra
comprensión del mundo es contundente. La tristeza del indígena se nos quedó en
el porro, y es ahora nuestra metafísica que nos permite elevarnos por encima de
las contingencias del mundo. Lo escuchamos y apenas sabemos porque hay en su
argumentación una ceremonia des comunal.
Lo escuchamos y su lenguaje ardiente se nos viene encima como una tormenta a
hallarnos con los sentimientos en estado puro.
¿Qué es lo que hay de grande en el porro, además de unos
cuantos hombres guapirriando su entelequia? Lo que tiene ese porro palitiao que
no tiene el tapao es la boza ¿Qué es
eso? La boza es el amarre del porro, su eclosión de volcán, la resurrección de
Lázaro. En la Boza el clarinete chilla como rana en tentación. El mito lo dice,
cuando Chuana, Chuano y Popuma, vieron bailar a los Mohanes, transformados los
machos en sapos y las hembras en rana, hubo ese momento del chillido que estremeciendo a un cielo se desgajó en lluvia
¿Qué es lo que hay de grande en ese porro, además de unos cuantos músicos
viviendo la ficción de sus ensueños? Nada especial, nada menos que está amarrado
al fandango y a la corraleja de las fiestas patronales. Tiene vida institucional. Para más fortaleza
fue creado el Festival Nacional del Porro de San Pelayo. Para más fortaleza son
los estudiosos que han dedicado horas de
su vida a investigar su misterio. Habrá que nombrar entonces a Alberto Alzate,
Valenciano Valencia, Guillermo Valencia Salgado, William Fortichs Díaz y
Aquiles Escalante. Lo que le faltaba lo soñó, y se le hizo realidad, y fue
salir de la plaza al salón. Después de subir de los pitos y tambores a los
instrumentos de metal, volvió a subir al formato instrumental de las orquestas,
y se paseó por el mundo.
La “bozá” es una
interrupción rítmica del porro donde el clarinete intensifica el punto a punta
de melodía. Deberíamos decir la música se hace mas intensa, pero lo que
realmente sucede es que hay un cambio. Deja de entrar el bombo, se suspende, y
entra un solo de clarinete. El ritmo cambia sobre la base de una estructura
polimétrica. Es como si entrara un loa y tomara posesión de de quienes bailan,
que captan el nuevo ritmo con los movimientos de sus cuerpos, originando así
mayor intensidad. El aire vibra, la gente parece que estuviera iluminada. Es un
momento de plena catarsis. Los griegos tuvieron el teatro, nosotros el fandango
del porro palitiao. Sin duda este un elemento de origen africano introducidos
por los negros en el porro. Es un punto para liberación del ser. Podríamos
decir que esta es su parte más ontológica, su verdadera metafísica, remitiendo
nuestra realidad a las sombras africanas. El negro en su condición humana nunca
suspendió su imaginario. Somos más negro de lo que imaginamos.
¿Por qué ponernos averiguar lo del origen del porro? Acaso
eso nos marca. Creo que si. Las coordenadas históricas marcaron el espíritu.
Nuestros abuelos se enfrentaban a un sistema esclavista, que negaba al ser.
Nada menos que eso. El capitalismo no ha hecho otra cosa que negarnos. El Porro
no ha hecho otra cosa que afirmarnos. Cuando el abuelo negro buscó el ritmo que
afirmaba la existencia de sus dioses, estaba buscando la afirmación de su
propia existencia. Shangó no estaba afuera, Shangó estaba adentro. La
ombligada, o toque de ombligos era el encuentro de la energía universal para
despertar al ser. La gaita fue necesaria, avivó el discurso. Nada hay más
despierto que esa combinación. Los mismos africanos son y se embelesan con
nuestra voz ronca y raizal. Ni ellos mismos la tienen. Delia Zapata Olivella en
el África lo constató. De noche, al aire libre tocaba, y los africanos se
derretían. No imaginaban que con sus tambores se pudieran expresar con tanta
fuerza. Shangó se hacía más evidente.
Shangó sobre todo en la “Bozá”. Más negros de lo que somos
para donde. Si el orgullo de San Pelayo es que conservó la “Bozá” en el porro.
Ese es su orgullo, que le da una especificidad ante el porro en general. Lo
que sucede es que en ese orgullo sus
protagonistas principales han sido invisibilizados. La in tención de la
ombligada ha sido borrada, que es lo que le da espesor a su historia, sino
queda como un acto anecdótico, apenas curioso. Los pelayeros son más blancos
que negro, y eso los lleva a confundir ¡Qué hacer con ellos si se ofenden
cuando los vemos como un bastión negro! La racialización que se ha vivido en
Córdoba es una realidad que les tapa los oídos, y los ojos. María Varilla vino
al mundo para demostrarnos la importancia de la sugerencia de la ombligada. Los
pelayeros no sienten a través de la piel de María Varilla, nos niegan en el
mito ¡Qué gusto proporciona al psicoanalista esa mirada de pudor que tienen
cuando se les recuerda ese pasado! Ellos recuerdan a quien salió a comprar el
primer instrumento metálico, recuerdan incluso donde se inició el primer ensayo
musical, y cómo fueron naciendo los porros clásicos como “El Pájaro”. Tienen
buena memoria en esa versión del porro palitiao, y no en esa otra versión en la
que un negro apretó las clavijas al primer tambor, o un indio resopló en la primera gaita con fue creada esa
inigualable versión del porro. Nadie los
recuerda a ellos, que después de la liberación de la esclavitud se encontraron
para construir el espíritu de la hermandad. Sus sentimientos nobles nadie los
siente. Los pelayeros, riaños, blancuscos, se regocijan de provenir de una cepa
genética de blancos. En Sabanueva, todavía la gente recuerda cuando por primera
vez una blanca se atrevió a casarse con un negro.
Cuando bailamos un porro palitiao nos robustecemos con el
principio vital en él se contiene. Shangó nos dejó ese legado. En la cultura Yuruba en Dios Ntu es el
espíritu del universo, que no entra en relación personal con los hombres. Las
preocupaciones y quejas humanas se las delega a los antepasados transcendentes,
cuya fuerza vital haya marcado la vida. Entre estos a Shangó, cuyo culto
rejuvenece, ayuda a llevar una vida creciente. La intensidad de su vida
arrastra a los hombres. Es venerado por su espíritu de vitalidad. La fuerza de
los antepasados fluye hacia los vivos, respondiendo a una necesidad, que en
nuestro caso se trató de los rigores de la esclavitud. El bebé negro nacía y no
venía ninguna cartica de felicitaciones. No había tarifa mínima de correo.
Alguien debía compadecerse de ese nuevo ser. Nuestra vitalidad es un compromiso
con los antepasados, somos un acto de fe. Shangó es una lección de vida y de
esperanza.
El vitalismo que nos legó Shangó no lo miramos con buenos
ojos, lo satanizamos. Es emanación de la magia. No vemos filosofía. Frente a
las tribulaciones de la esclavitud optar por la fe en la fuerza no es una
exigencia fundamental de la realidad humana. El vitalismo fue el sentido que el
negro utilizó para darle sentido a la vida. No había otra. El vitalismo fue la respuesta existencialista
del negro. Se la entregó a la acumulación originaria del capital del
capitalismo. No había otra. El vitalismo lo colocó en la “Bozá” pero también en
el Fandango, y en la Puya. Electrizar el ambiente con el espíritu fue el rito
propiciatorio. Ahora que no nos vengan los pelayeros desconociendo ese pasado,
tronchando la historia y dando prevalencia sólo a la llegada de los
instrumentos metálicos. No carecemos de un largo pasado histórico, nuestras
raíces hunden en más de un rito, en más de una creencia y una relación social.
Cueste lo que cueste hay que demostrarle a los pelayeros que tenemos un pasado
rico culturalmente, que no provenimos de un vacio, que su etnocentrismo es una
pauta repetitiva de colonialismo interno, producto de una estructura
socio-económica.
Pasar el porro de Pitos y Tambores al formato de Banda de
Viento es un hecho de tanta validez como pasarlo de Banda de Viento a Orquesta,
y de Orquesta a Guitarra. No tenemos que quedarnos validando tan sólo el paso
del formato a Banda de Viento. Todos los formatos han vivido sus crisis y no
les quita que cada uno tenga su validez. El fandango y la corraleja de
todas maneras le dan sostenibilidad al
porro de plaza. Está vivo, vigente. El de orquesta, que rompió frontera, hoy en
día está obsoleto, los cabaret se han extinguidos. El de guitarra, que es de
parranda, viene siendo vencido por el acordeón.
Todos cuando suenan con su lenguaje nos abren los sentimientos en el
estado más puro, todos nos hacen sostener el espíritu cerca de la belleza
sobrenatural.