Es una ceremonia descomunal
que insinúa la eternidad.
No fue serpiente la que nos dio el pasaporte
para descifrar la cerrazón del infierno,
ni fue tigre ni fue caimán, fuiste tú María Barilla
la que se atrevió a enfrentar nuestro silencio.
Cuando en la rueda del fandango sudabas
la sal triste de nuestra sangre no te saciabas,
te devolvías en los poros para volvernos a sudar.
Sudabas y resudabas porque te fastidiaba
nuestro olor a bestia triste.
¡Como salvar tu cuerpo! varita de caña dulce
si tu pollera se abría pidiendo cielos
en medio de las espermas de este infierno.
¡Oh, María Barilla! ¡Oh, María Barilla!
Fue en la hora en que le negaron al Sinú el perdón
que la tierra tuvo que parirte
para que tu cuerpo nos pudiera revivir.
En vano enderezar tu talle si fue por ese quiebre
por donde abrieron la puerta
que nos espantó a la tristeza.
Perico Barilla la trataba como a una menor de edad
a quien con darle un chupetín se contentaba.
Llagaba, se acostaba, respiraba, la usaba
y se dormía. Por la mañana
se alistaba y salía.
Una mañana se alistó y salió para no volver.
María juro que no iba esperar a la muerte
para que la tratara como a cualquier persona.
Juró que ella se ganaría la muerte
con el sudor de su cuerpo en el ritmo.
Podía perder una, pero no dos veces.